Concederle el premio al mejor joven del año es, a estas alturas, casi un ejercicio de humildad en el lenguaje. Hace tiempo que Lamine superó la dimensión puramente juvenil de los premios secundarios, pues su talento pertenece al presente, no es solo una promesa de futuro.
El Balón de Oro y nuestro Premio Flashscore han ido merecidamente a Ousmane Dembélé, pero eso no quita que, en el relato profundo de esta temporada, la sensación es que para Yamal hay ciertos reconocimientos que ya son insuficientes.
No ha ganado el segundo Golden Boy solo porque el reglamento lo impide. A cambio, ha conquistado por segundo año consecutivo el trofeo Kopa, siendo el primer jugador en lograrlo. Un detalle que dice mucho sobre la magnitud del fenómeno que tenemos la suerte de disfrutar cada semana.
No solo números
Las cifras ayudan a entender su impacto, pero no alcanzan a describir del todo lo que provoca en el deporte más popular del planeta. Con el Barcelona, su progresión ha sido meteórica: de las siete dianas y nueve asistencias en la temporada 2023/24 en 50 partidos, ha pasado a 18 tantos y 25 pases de gol en 55 encuentros de la campaña anterior.
Y la actualidad eleva aún más el listón: en los primeros 20 partidos de esta temporada, L. Yamal ha participado en 20 chicharros.
Todo esto, a pesar de que lleva un tiempo conviviendo con una pubalgia persistente, que probablemente le acompañará durante más tiempo, pero que, por ahora, no ha conseguido apagar su brillo. Al contrario, si acaso ha reforzado la percepción de su grandeza.
Experiencia sensorial
Pero reducir a Yamal a una simple sucesión de cifras sería traicionar la esencia del fútbol. Su verdadera medida es la que intenta cuantificar el impacto que tiene en las emociones, en el ánimo de los aficionados.
Está en su zurda buscando la escuadra como si fuera un destino inevitable, en el regate que hace temblar a los defensas, en el silencio eléctrico que recorre el Camp Nou cuando recibe el balón y la grada contiene la respiración para no interrumpir el genio y disfrutar de su arte no solo con la vista, sino con todos los sentidos. Sí, Lamine es una experiencia sensorial, un tres estrellas Michelin, cuya sola presencia en el campo ya justifica el precio de la entrada.
El crack de Rocafonda, del mismo modo, encarna también el miedo que se siente en las gradas rivales cuando entra en contacto con el balón; esa sensación y ese mal presentimiento de que algo irreparable está a punto de suceder. ¡Y cuidado con provocarle!
El heredero
Se vio en la Eurocopa del año pasado, cuando aún siendo menor de edad iluminó a España: solo un gol, sí, pero cinco asistencias y una presencia brillante y decisiva, culminando con la respuesta más elocuente posible a Adrien Rabiot, con ese golazo marcado justo delante del jugador que le había criticado el día anterior y que se convirtió en el símbolo del torneo.
Se ha visto en los Clásicos, en los goles al Real Madrid ("es el futbolista más sobrevalorado del mundo", decían en la capital), que no son solo tantos, sino que parecen auténticos relevos simbólicos. Como si el propio Lionel Messi, de quien ya heredó el '10', le pasara el testigo. Y aunque las comparaciones siempre son odiosas, cuesta imaginar un heredero más digno de la Pulga.
Y también se ha visto en la competición más importante del mundo: sí, incluso en el dramático -para los blaugranas- doble duelo contra el Inter, cuando solo un prodigioso Sommer y un gol de Acerbi en el descuento le negaron la oportunidad de desafiar por completo a ese mismo Dembélé que, después, le arrebató tanto la Champions League como el Balón de Oro.
La leyenda de Lamine
Pero Yamal aún tiene tiempo para ganar y volver a ganar todo. Lo que está claro es que esta generación de aficionados del Barça (y no solo ellos), algún día contará sus hazañas igual que otros les hablaron de Laszlo Kubala, Johan Cruyff, Ronaldinho Gaúcho y Leo Messi.
Y cuando lo hagan, con el debido respeto a los estadísticos, dedicarán solo una pequeña parte de su relato a los goles o a los títulos conquistados. Porque hay futbolistas que no se miden por los números, sino que se cuentan y se transmiten con las palabras y, sobre todo, con las emociones que han sido capaces de generar. Y, salvo imprevistos, Lamine Yamal no tardará en dejar de perseguir la leyenda de este deporte para sentarse pronto en la mesa donde se escribe la historia.

