Una generación mexicana entera supo en 1970 lo que eran la tibia y el peroné gracias a la fatídica lesión de un ilustre futbolista que se suponía que iba a dar la gloria que todo el país esperaba en el Mundial que México organizaría y en el que se terminaría encumbrando para siempre la figura del brasileño Pelé.
Por aquellos años, Alberto Onofre era un joven que había alcanzado la fama como emblema del Club Deportivo Guadalajara, el equipo más popular del país, gracias a su gran habilidad como mediocampista y su capacidad goleadora. Quienes lo vieron aseguran que en la actualidad Onofre sería considerado un futbolista incansable -o box to box- de los que anhelan tener todos los mejores equipos del mundo.
Hábil con los dos pies para construir juego y certero frente a la portería rival, a sus 22 años no tenía problema alguno en vivir con las ilusiones del país en sus espaldas. Hijo de un tornero curtido en el trabajo, Alberto estaba convencido de que después de su infancia difícil y carente de comodidades, todo lo demás era fácil de superar.
Pero lo que ni él ni nadie sabía es que Alberto, quien se suponía iba a ser el punto de partida del fútbol mexicano para llegar a la élite mundial, se convertiría en la primera de muchas desgracias futboleras que el país iba a vivir a lo largo de su historia.
Un entrenamiento trágico
Ocho años antes, en Chile 1962, México había conseguido su primera victoria en Copas del Mundo y, un ciclo después, en el Mundial de Inglaterra, el empate a un gol frente a la poderosa Francia terminó de impulsar la euforia y la idea de que en la justa que se iba a disputar en casa por fin se iba a conseguir la consolidación anhelada ante los ojos de todo el planeta.
En 1970, el fútbol ya era el deporte más popular en México. Los mejores jugadores del país también eran figuras sociales y las charlas cotidianas comenzaban a llenarse de términos alrededor de la pelota. Y, en medio de todas esas conversaciones apasionadas, siempre salía a relucir el mediocampista de las Chivas.
Por eso, lo ocurrido cuatro días antes del primer partido mundialista de la selección mexicana de fútbol frente a Bulgaria paralizó y cimbró al país. En el último entrenamiento antes de la justa, Onofre iba conduciendo una pelota con la misma clase y cabeza levantada de siempre cuando un resbalón provocó que chocara con el defensa del Cruz Azul, Juan Manuel Alejándrez.
El grito de dolor del crack mexicano fue suficiente para que el entrenador Raúl Cárdenas pidiera inmediatamente una ambulancia. En el vehículo, mientras se dirigía al hospital más cercano del Centro de Capacitación donde entrenaba el Tri, Alberto no quiso que le pusieran una bata médica y exigió que lo dejaran con el uniforme verde del equipo.
Al poco tiempo, todos en el país repetían la misma frase que había parecido en el parte médico: "tibia y peroné". El tobillo roto de Onofre fue un baldazo de agua helada porque, aunque la efervescencia por la Copa del Mundo no se derrumbó, sí decayó la ilusión de hacer un papel digno ante los mejores. Al final, México caería eliminado contundentemente frente a Italia en cuartos de final.
Una lesión insuperable y un retiro prematuro
Alberto estuvo dos años lejos de las canchas. En ese tiempo, el aguerrido jalisciense se entregó por completo a una minuciosa rehabilitación. Pero cuando volvió, ya con el alta médica y sin dolor físico alguno, pronto se dio cuenta de que ahora el problema estaba en su cabeza.
Incapaz de superar el temor por sufrir una nueva lesión, Alberto nunca volvería a ser el mismo vestido como futbolista. Con su dignidad bien arraigada, el mexicano prefirió retirarse a los 27 años antes de conformarse con ser un jugador más del montón. Si no iba a deslumbrar y emocionar a la tribuna, más valía irse con la cabeza levantada.
Como cualquier mexicano en desgracia, Alberto se refugió en su familia y en el oficio que había curtido a varias generaciones de los suyos. Discreto y sencillo, se entregó al trabajo de tornero durante el resto de su vida, mientras veía cómo cada cuatro años, ante la llegada de un inminente nuevo Mundial, su nombre salía en los medios al hacer el tradicional recuento del Tri en la máxima justa futbolística.
Irónica la vida, el nombre de Alberto Onofre volvió a sonar en los medios a un año de un nuevo Mundial, otro más en casa, pero esta vez no para repasar lo que fue como jugador y la lesión que paralizó al país, sino para anunciar su muerte a los 77 años. Una partida dolorosa para una generación de mexicanos que repitió en silencio "tibia y peroné" consumidos en la nostalgia y para todo el fútbol mexicano que siempre se preguntará lo que no pudo ser.